Rodrigo se formó en la corte de Fernando I, donde trabó amistad con el infante Sancho, al que acompañó a una temprana edad, quizás 15 años, hasta la capital del reino musulmán de Zaragoza, cuyo príncipe era tributario del rey castellano-leonés. El viaje sirvió para forjar una alianza cristiano-musulmana con el objetivo de combatir al rey aragonés, Ramiro, al que se arrebató la plaza de Graus para reintegrarla a la taifa del Ebro. El tempranero éxito en el campo de batalla y los honores posteriores dispensados por al-Muqtadir debieron de impactar al joven castellano, que conoció de primera mano el modo de vida de las ciudades musulmanas y el juego de alianzas fronterizas imperante en la península durante el primer tercio del siglo XI.
A la muerte de Fernando I, en 1065, su reino se divide entre sus hijos. Sancho, ya como rey de Castilla, encumbra al Campeador a las más altas cimas de su corte, en lo que parece una prometedora carrera. Sin embargo, en 1072 se produce un acontecimiento funesto para las expectativas y ánimo del Cid. Sancho II muere asesinado por Bellido Dolfos en el asedio de la ciudad de Zamora, dónde se encontraba su hermano, Alfonso VI de León.
Todo parece indicar que el famoso juramento de Santa Gadea carece de rigor histórico, ya que las primeras relaciones de Alfonso VI con Rodrigo Díaz de Vivar fueron cordiales, de hecho, en torno al 1074, el guerrero castellano contrajo matrimonio con Jimena, sobrina del monarca leonés y miembro de la nobleza, como hija del conde de Oviedo, aunque las Mocedades de Rodrigo aseguran que era hija del conde Gómez de Gormaz, al que el Campeador decapitó para vengar a su padre.
La Historia Roderici nos relata que en el año 1079, como embajador de Alfonso VI, se desplazó hasta Sevilla para cobrar parias. Estando en la corte de al-Mutamid, llegó la noticia de que el conde García Ordóñez acompañaba al rey de la taifa de Granada que se dirigía hasta la ciudad hispalense con intenciones beligerantes. Sin dudarlo, el Campeador se ofreció a ayudar a su aliado, quizás en un intento de escalar posiciones en la corte alfonsina, ya que el enfrentamiento entre ambos condes se vio salpicado de buenas dosis de orgullo personal. Así tuvo lugar la batalla de Cabra, en la que salió victorioso el Cid.
El primer destierro del Cid
La vuelta a la corte castellano-leonesa debió de resultar dura. Pese a su derrota, García Ordóñez seguía gozando de la máxima confianza de Alfonso VI, por lo que Rodrigo, que había degustado las mieles del triunfo y la riqueza de las cortes musulmanas de Zaragoza y Sevilla, comenzó a sopesar la posibilidad de iniciar una aventura personal lejos de sus orígenes, conocedor de las necesidades de los reyes de taifas de contar con un espléndido estratega militar que defendiera sus fronteras en lugar de los poco entrenados infantes andalusíes.
Después de diez años de fiel vasallaje, el Cid vio su oportunidad cuando en la primavera de 1081 se decide a liderar una campaña militar en torno a las tierras de Gormaz, que habían sido atacadas por sorpresa por musulmanes procedentes de la taifa de Toledo. Las huestes del castellano penetran en los territorios de al-Qadir entregándose al saqueo de los campos y al asalto de poblaciones de la zona nororiental de la taifa. Alfonso VI, descontento con su actuación, que ponía en serio riesgo sus negociaciones amistosas con el príncipe toledano, decide condenarlo al destierro por deslealtad.
Seguro de sí mismo, el Campeador marcha a tierras catalanas para ofrecer sus servicios a los condes Ramón Berenguer II y Berenguer Ramón II, pero no es bien acogido. Rechazado, acude a Zaragoza, donde al-Muqtadir acepta gustoso la propuesta cidiana. Entre 1081 y 1087, Rodrigo Díaz de Vivar combate en nombre de los musulmanes contra el rey de las taifas de Lérida, Tortosa y Denia; contra Sancho Ramírez de Aragón y contra el conde Berenguer Ramón II de Barcelona, a los que derrota y humilla.
Apremiado por la derrota de Sagrajas en 1086, Alfonso VI pide ayuda a todos sus señores para hacer frente a la amenaza Almorávide. El Campeador recibe el encargo de ahuyentar del territorio valenciano a todos los aspirantes al dominio de la zona bajo la promesa, según la Historia Roderici, de que adquiriría en propiedad todas las tierras que conquistase en Levante bajo el nombre del rey. El Cid cumple el encargo a la perfección, ganándose el tributo de Sagunto y Alpuente, lo que le permite mantener a su ejército sin que el rey tenga que aportar ni un solo sueldo.
El segundo destierro
Crecido por el poder y probablemente preocupado por granjearse un territorio autónomo en Levante, Rodrigo Díaz de Vivar se gana el segundo destierro cuando no acude a la llamada de Alfonso VI para colaborar en la defensa de la fortaleza de Aledo, en Murcia, asediada de nuevo por los almorávides de Yusuf. El Campeador aprovecha la ocasión para intensificar su presión sobre los señores levantinos, a los que vuelve a cobrar tributos a cambio de protección. En 1089 derrota a al-Mundir en Denia. Poco después, Berenguer Ramón II, aliado con al-Hachib de Lérida, ataca al Cid en Tévar, pero es repelido en 1090.
En 1092, espoleado por los éxitos militares, decide acometer la empresa de la toma de Valencia no sin antes acudir a La Rioja en auxilio de la taifa de Zaragoza para combatir a su enemigo García Ordóñez, momento que aprovecha Alfonso VI para atacar Tortosa y la capital levantina con apoyo naval de Génova y Pisa, aunque no obtiene resultados.
Rodrigo conquista Valencia
El fracaso militar del rey, que no contó con la colaboración del Cid, permite a Rodrigo Díaz de Vivar iniciar por su cuenta una intensa y violenta ofensiva sobre la capital levantina, que asedia sin contemplaciones, asolando los campos y destruyendo sus arrabales. En 1094, obtiene la capitulación definitiva de la urbe, en la que entra victorioso.
El triunfo sobre los almorávides en la batalla de Cuarte, una de las más importantes de su trayectoria, permite al Campeador la imposición de parias de forma generalizada desde Lérida y Tortosa hasta la capital levantina, configurando así un principado islámico bajo soberanía de un príncipe cristiano, en el que sigue vigente la legalidad coránica.
La obtención de riquezas y el orgullo de ser el único capaz de frenar la violenta irrupción peninsular de los almorávides, que habían contrarrestado el golpe de efecto que Alfonso VI había dado al tomar Toledo, suponen un triunfo personal para Rodrigo.
Tras liderar una última campaña victoriosa contra Yusuf, la de Murviedro, en 1098 y 1099, el Cid muere en la ciudad de Valencia dejando a su viuda, Jimena, la custodia del reino valenciano y territorios adyacentes. Sin embargo, carente de apoyos externos, la resistencia sólo pudo prolongarse hasta 1102, fecha en la que los cristianos abandonan la ciudad después de incendiarla.
Enterrado originalmente en la catedral de Valencia, los restos del Campeador son trasladados al caer la ciudad en manos musulmanas hasta el monasterio de San Pedro de Cardeña, ubicación de indudable sabor cidiano, donde comienza a gestarse la otra historia de el Cid..
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